18 de mayo de 2011

Sucumbíos, solución a un mal que duró demasiado tiempo

“Si el presidente no los saca, llamaremos a la guerrilla". Al parecer, esa frase salió de uno de los participantes en la última protesta de los autodenominados cristianos de base del vicariato apostólico de Sucumbíos, en la región nordeste del Ecuador. Esos “católicos” son tan peculiares que no aceptan que la Iglesia haya decidido que la pastoral llevada a cabo en dicha iglesia local debe cambiar. Y en vista de cómo son y cómo se comportan los que se oponen al cambio, es evidente que el mismo era absolutamente necesario.

El Vicariato estaba en manos de religiosos carmelitas. Y muy bien no debían de hacerlo porque Roma decidió que tras aceptar la renuncia por edad de Mons. Gonzalo López, el nuevo Administrador Apostólico no sería otro carmelita sino el P. Rafael Ibarguren, sacerdote de los Heraldos del Evangelio. El Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos indicaba en su carta que “el nuevo Administrador Apostólico tendrá que organizar el Vicariato eimplantar de manera diferente todo el trabajo pastoral“. A buen entendedor, pocas palabras bastan. El mensaje era claro.
Pero los carmelitas se tomaron muy a mal que Roma quisiera dar un cambio al trabajo pastoral en Sucumbíos. Y tanto ellos como los que querían que todo siguiera igual, han montado un cirio que va camino de poder ser considerado como un cisma. Lo primero de todo, arremetieron contra los Heraldos de Cristo, a quienes poco menos que presentaron como siervos del Gran Imperio capitalista, como ultra-católicos peligrosos. Sinceramente creo que a los cismáticos les importa poco que el nuevo vicario apostólico sea de los Heraldos. Habrían reaccionado igual ante cualquier otro vicario que no estuviera dispuesto a seguir un modelo de pastoral que la Santa Sede quiere que cambie.

Ahora bien, resulta que en Sucumbíos hay mucho pueblo católico que está la mar de contento con el cambio. Tanto, que se han manifestado a favor de la decisión de Roma, a la que han dado gracias por librarles de los carmelitas. Algún día han llegado a convo carse dos manifestaciones paralelas. Unas a favor, otras en contra. Todo eso, insisto, indica que la división es tan profunda que sin duda estamos ante una situación cismática. Ahora bien, el católico sabe muy bien con quién ha de estar: con el Papa y aquellos a quien el Papa encomienda la misión de pastorear una porción del pueblo de Dios.
La cosa se ha puesto tan fea que Benedicto XVI llamó urgentemente al General de los Carmelitas Descalzos y en audiencia privada le dio la orden de retirar inmediatamente a los carmelitas del Vicariato de Sucumbíos. Es decir, no estamos ante una orden de un dicasterio, no. Es una orden directa y personal del Papa. No caben rodeos, apelaciones ni gaitas. Si alguien pensaba que el nombramiento de un Comisario Pontificio -obispo de la Conferencia Episcopal de Ecuador- para el Vicariato era una señal de que Roma pensaba ceder, ya se habrá desengañado. O esos carmelitas salen de Sucumbíos o dejan de ser carmelitas y se exponen a ser suspendidos a divinis. Según leo hoy en el blog de Xavier Pikaza, parece que han aceptado irse pero no inmediatamente y no sin acusar a la Iglesia de haberles atropellado. Pues vale, que protesten lo que quieran, pero que se larguen. Y cuanto antes, mejor.
Una de las herramientas que quedaba en manos de los rebeldes era la radio propiedad del Vicariato Apostólico. A partir de ahora, dejará de ser un instrumento de propagación de las consignas de los que no aceptan la autoridad de la Iglesia. Esperemos que la situación vuelva poco a poco a la normalidad, para que así se pueda llevar a cabo la nueva pastoral. El P. Ibarguren, del que hay que recordar que no ha pedido que le envíen allí, decía en una entrevista: “acabamos de llegar, por eso yo les digo que nos den tiempo y que evalúen nuestro trabajo después de unos meses. Cuando hay división y enfrentamientos, muchas energías se apagan y desgastan; así no se hace obra de Dios“. Que Dios les ayude a hacer las cosas bien y pronto. De momento parece que son muchos los fieles contentos de haber recuperado prácticas religiosas propias del catolicismo que los anteriores responsables habían desechado.
Lo único que temo es que el anterior administrador apostólico de Sucumbíos se venga a vivir a España. Podríamos tener un segundo caso Godayol. Y no estamos aquí para semejantes “alegrías". Pero bueno, si es menester que suframos esa cruz para ayudar a los hermanos de Sucumbíos, así sea.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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