30 de abril de 2011

Semana Santa en Sucumbíos


Nueva Loja (Jueves, 28-04-2011, Gaudium Press) "Una Semana Santa inolvidable", decía la señora Margarita, a la salida de misa del domingo de Pascua. Era ella una de los muchos feligreses que participaron de las procesiones, ceremonias, de los variados actos de culto y misas que fueron realizadas en Nueva Loja, capital de la provincia de Sucumbíos en la Amazonía ecuatoriana, durante la Semana Santa.
Ya desde el Domingo de Ramos se sentía un ambiente bien 'especial'. La misa solemne de ese día fue celebrada por Mons. Miguel Ángel Aguilar Miranda, obispo castrense del Ecuador -quien se hallaba visitando destacamentos militares de la región- y fue concelebrada por el P. Rafael Ibarguren, Administrador Apostólico del Vicariato de Sucumbíos, de los Heraldos del Evangelio.

Pero sin duda la ceremonia auge de ese tiempo fue la Misa de Gloria del Sábado Santo. Una gran fogata había sido encendida en el atrio de la Catedral para el rito inicial representando a Cristo-Luz, que vencía las sombras de la muerte y se elevaba como Albor resurrecto para resplandecer en la Historia.

El recientemente constituido coro de infantes ya había preparado sus voces y comenzaba a entonar los himnos apropiados. Sus esclavinas naranja, brillantes distintivas del grupo, se mecían delicadamente al son de sus jóvenes voces, que alababan al Creador del Universo que regresaba "de entre los muertos". En un tono más grave y compenetrado se encontraba el grupo de niños acólitos, entre quienes se hallaba el portador del turíbulo, quien mecía su instrumento sagrado a la espera de los varios momentos en que el oficiante solemnizaría la ceremonia con el humo que sube al cielo, según lo prescribe la liturgia sagrada para las ceremonias especiales.

¿Y el niño -también monaguillo- que llevaba la tinaja y el aspersor para el agua bendita? Él, también allí estaba, en el grupo, felizmente consciente de su importante misión, contemplativo de todo lo que se desarrollaba e iría a desarrollar, pero deseoso de prestar su servicio en el momento en que acompañaría a los celebrantes a esparcir por la concurrencia el agua sagrada, el agua que limpia en el bautizo, el agua que da vida, y que en la ceremonia del Sábado Santo ocupaba un lugar de privilegio. Numerosas eran las botellas con el líquido que ya se habían apiñado esperando la bendición especial que ese día se otorga. Numerosas eran las botellas que los muchos presentes portaban y de las que no querían desprenderse ni un instante.

¿Y la secuencia...? El ‘resto' fue solo acompañar las varias lecturas especiales de ese día, que narran toda la historia de la humanidad desde el prisma de Dios, que hablan del pecado del hombre, que hablan de su extravío, que anuncian la promesa del rescate del Mesías, y que manifiestan el cumplimiento superabundante de la promesa. El resto fue pensar en las celebraciones del día siguiente que seguirían perpetuando la alegría de la Pascua. El resto era recordar con saudade la procesión del Viernes Santo, tal vez la más sentida y la más nutrida de toda la historia de Nueva Loja, con sus cortejos de Caballeros de la Virgen, con sus banderas del Vaticano, con sus niños cubiertos de sano orgullo en su traje talar, con su luces de velas encendidas, con su público de andén ansioso de integrarse a la procesión, con sus imágenes de Nazarenos sufridores y de Vírgenes contemplativas.

El resto fue pedirle a Dios que llenase por entero las vidas de los habitantes de Sucumbíos, y que bendijese con profusión a esta promisoria tierra del Ecuador.
Gaudium Press / S. C.

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