17 de diciembre de 2011

Será que se aplica a los Isamitas ecuatorianos esta realidad española?


Transcribimos un artículo aparecido en España:
Hay una señal inequívoca que la batalla que se está dando contra el progresismo tiene, al fin, perspectivas de victoria. Y es la indignación generalizada de quienes durante tantos años fueron los detentadores únicos de la opinión eclesial. Y ahora, cuando ven que el chiringuito se les derrumba, piden árnica a los obispos. Incluso a los que habían crucificado.
Es patético verles reclamar pluralismo en la Iglesia a quienes impusieron el pensamiento único y echaron con procedimientos absolutamente totalitarios a quienes discrepaban de sus tesis. No pocas veces heréticas. Tenían el monopolio de los medios de comunicación y sólo se publicaba lo que iba en su línea. Los que nos atrevíamos a plantarles cara, bien pocos por cierto, apenas teníamos acogida en publicaciones minoritarias sobre las que extendían la férrea ley del silencio. No fuera a ser que la gente se enterara de que había otra Iglesia distinta de la que ellos pretendían. O, mejor dicho, de que seguía existiendo la Iglesia de Jesucristo.
Todos los dogmas en almoneda, los herejes, en triunfo, la autoridad del Papa despreciada, los obispos fieles insultados todos los días y los peores aclamados como grandes figuras de la Iglesia… No es de extrañar que por ese camino se vaciaran los seminarios, se hundieran las órdenes y congregaciones religiosas, la apostasía se generalizara, en las iglesia no hubiera nadie, los sacramentos se profanaran y todo pareciera la crónica de una muerte anunciada.
La crisis alcanzó tales cotas que la misma Iglesia se alarmó y tímidamente comenzó a apuntar medidas correctoras del desmadre generalizado. Y se encontró con una respuesta muy positiva. Que ni ellos se esperaban. La última JMJ en Madrid ha sido buena prueba de ello. Y hay bastantes más. Gracias a internet lo que parecía inexistente, por definitivamente muerto, está vivísimo y les da todos los días la batalla. En innumerables trincheras. Y apenas sin réplica por parte de aquello que hasta anteayer parecía una fuerza formidable.

Los santones del progresismo o se han muerto ya o están en puertas. Sus publicaciones ya no las lee nadie. Y hasta están desapareciendo. En el mundo digital les hemos barrido hasta extremos inimaginables.
Y va a más. El pánico que les tenían los obispos, los buenos obispos, ahora nos lo tienen a nosotros los malos obispos. Que todavía los hay. Aunque sean ya muchísimos menos. No hace muchos años en España había diez obispos buenos y cincuenta malos. Hoy los malos no llegan a diez. Tal vez ni a cinco. No voy a decir que los setenta restantes sean buenos. Muchos sí. Y el resto por lo menos disimula. Que no es poco. Si es que el miedo guarda la viña. Y a ver qué obispo se atreve a soltar una parida que al día siguiente está en conocimiento del mundo mundial. Porque ese es otro efecto de internet. La universalización de las noticias. Y con un curioso fenómeno. Sin otro lazo que la misma fe se ha producido una fraternidad informativa que hace que un artículo aparecido en una nación ese mismo día, porque es cuestión de horas, está recogido en veinte países.
Y lo que se dice de los obispos pasa también con los sacerdotes. Las nuevas generaciones están saliendo mucho más tradicionales que sus mayores. La esterilidad del progresismo es tan total que no han conseguido incorporar prácticamente a ningún joven a sus tesis. Sus actos, los que todavía celebran, son un geriátrico. Frente a la multitud de jóvenes que asombró al mundo este verano desde Madrid, los restos de la contestación apenas son capaces de reunir a dos o tres centenares de ancianos. Incluyendo en ellos a curas jubilados, monjas deshabitadas, parejas de sacerdotes casados y algún despistado que pasaba por allí.
En su desesperación han llegado a tal extremo que quienes abominaban de condenas y censuras ahora han pasado a reclamarlas contra nosotros. El verlos pidiendo la restauración de la Inquisición, a ellos, es todo un espectáculo. Ciertamente muy gracioso.

Aunque, ternes en la ley del embudo que siempre practicaron, la quieren sólo contra los demás. A ellos, ni investigarles. Una prueba más de lo endeble de su posición. A mí me trae sin cuidado que los obispos examinen las doctrinas que sostengo. Si en ellas encontraran algo que va contra la fe o la moral de la Iglesia no habría el menor problema. No digo que desde el momento de que lo declararan, desde ya mismo aseguro que mi error está ya retractado. A ellos en cambio les subleva que la autoridad de la Iglesia entre a valorar si sus tesis son eclesiales o no. Por algo será.
Pues me da la impresión de que lo llevan crudo. Porque les estamos ganando la batalla. Y ellos lo saben. De ahí su cabreo.

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